Pasará el tiempo, afortunadamente, nos vacunaremos, seguiremos adelante, tal es el propósito ultimo de nuestra especie, volveremos a tocarnos, etc. Sin embargo, aquella despreocupación de la que podíamos disfrutar los privilegiados raramente regresará. Este trance a nivel macro-meso-micro, ha zarandeado nuestro bienestar en general, dígase la zona de confort, o hablemos de la gran pérdida, inconmesurable, de salud, en todas sus vertientes, en la fase aguda saturando los exíguos sistemas sanitarios autonómicos, en la fase crónica todavía por conocer su alcance y consecuencias. Pero los que hayan salido jodidos de esta infección macabra, pueden seguir intentándolo y hay que trabajar en ello. Las cabezas de muchos se han visto sometidas a la onda asesina sin haber dado positivo, también hay que ocuparse de ello. Pero los que se han quedado por el camino, por las estadísticas, de todas las edades, en especial los más mayores, producen un dolor quedo, ensombrecido si se quiere por la urgencia de la actualidad, real y punzante, vergonzante, de difícil asimilación. Quizás el mejor homenaje a todos esos muertos incontables sea precísamente no poder recolocar ese dolor individual y alzarlo al ámbito colectivo. Si algo me resulta alienante en mi vida es la conciencia de tener que cargar con el peso de lo que era evitable y no haber sido capaz, así, a secas. Vergüenza y memoria, en honor de los desaparecidos.